EN
UNA FRÍA TARDE DE INVIERNO AL CALORCITO DE UN PLATO DE CASTAÑAS…
Quién
no ha disfrutado de una tarde junto a sus abuelos oyéndoles contar historias de
sus vidas cuando ellos eran niños, mientras nos acariciaban con sus manos
nuestras pequeñas manitas. Muchas tardes de mi infancia han pasado así y en
ellas he tenido el placer de conocer bastante bien cómo era la vida de mis
queridos abuelos.
En
una fría tarde de invierno al calorcito de un plato de castañas, mi abuela me
habló de cómo fue su paso por el colegio en aquellos duros años que hubo
después de la Guerra Civil. Fue una tarde tan deliciosa que no puedo resistir
la tentación de hacerles partícipes de ella.
Mientras
pelábamos nuestras castañas, arropadas por el faldón de la mesa camilla, mi
abuela me contó, que mi hermano le encantaba rebuscar en el camarón y encontró
su antigua pluma de escribir de cuando iba al colegio y a relación de eso comenzó
a explicarme cómo había sido su paso por
la escuela. Me contó que a diferencia de hoy, por aquel entonces los niños
acudían al colegio con cinco años, de lunes a sábado, con un horario de diez a
una de la tarde y de tres a cinco de la tarde. A día de hoy como todos sabemos
estas costumbres han cambiado.
Al empezar su
escolarización lo primero que hacían era situarlos en unos bancos que formaban
un corro para aprender las letras, las vocales y los números y ahí estaban
aproximadamente un años hasta que aprendían esos objetivos; una vez aprendidos
todos esos objetivos las niñas subían a otro aula en la cual tenían un pupitre
para tres niñas y allí empezaban a leer correctamente y a sumar, restar,
multiplicar y dividir. En este momento mi abuelo que andaba por allí, para
quitarnos alguna que otra castaña, me contó que los niños no llegaban a ese
aula ya que los cambian al colegio de la plaza, un colegio donde ellos seguían
aprendiendo lo mismo que las niñas. Esta segunda aula tanto los niños en un
colegio como las niñas en el otro se encontraban hasta poco después de realizar
la comunión con ocho o nueve años que dejaban la escuela para irse a trabajar y
poder ayudar a sus padres.
Esto hoy en día es muy
diferente ya que la escuela se divide por diferentes niveles (infantil,
primaria y secundaria) y adquirimos los objetivos de forma más pausada, cada
curso hay que completar los objetivos que se marquen ni más ni menos.
También me contó mi abuela
que en una día frio, como era el día que me lo contaba, ellos solo tenían unas
latitas en las que echaban brasas para poder tener sus piececitos calientes y
que sus clases no eran tan divertidas como las nuestras porque no tenían tantos
dibujos en las paredes, ni tampoco tenían colores para todos tenían que
compartir los pocos que tenían para todos.
Al acabarnos nuestras
ricas castañas nos entro sed y en ese instante mi abuelita me contó que cuando les pasaba eso en el colegio
la profesora les daba agua de un pequeño botijo que lo llenaba de agua de la
fuente del colegio y todos compartían una tacita pequeña que era de color
blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario